Primera fase
Siéntate, cierra los ojos y comienza a observar tu respiración. Inevitablemente, surgirán pensamientos y sensaciones. No los reprimas; si aparece un sentimiento, simplemente déjalo pasar y regresa a tu respiración. Cuando surja otro pensamiento, obsérvalo, nota cómo nace y cómo muere, y vuelve a concentrarte en la respiración.
Esta fase es fundamental, ya que te prepara para aprender a concentrarte y a centrar tu atención. Es necesario limpiar la mente, pero la manera de hacerlo no es luchando contra ella. Si intentas resistirte a los pensamientos, lograrás el efecto contrario. Cuando nos molestan pensamientos repetitivos, la mejor forma de despejar la mente es aceptándolos y dejándolos fluir. Paradójicamente, al aceptarlos, comienzan a calmarse. En ese momento, puedes fundirte con tu respiración y permanecer plenamente presente en el aquí y ahora.
Segunda fase
Esta fase comienza cuando diriges tu atención hacia la observación de tus pensamientos, tu cuerpo y tus sensaciones. Debes integrar tu cuerpo en la experiencia, recorriéndolo parte por parte, sintiéndolo y aceptándolo sin juzgarlo ni analizarlo.
Después de haber alcanzado un estado de concentración a través de la respiración, comienza a percibir la parte superior de tu cabeza, notando las sensaciones táctiles y la superficie de tu piel. Luego, recorre cada parte de tu cuerpo poco a poco, como si lo estuvieras bañando con tu atención. Con el tiempo, alcanzarás un punto en el que podrás percibir tu cuerpo como una unidad.
Este ejercicio te ayuda a recuperar la conexión con tu imagen corporal. En ese momento, eres testigo de tu propio cuerpo y, al mismo tiempo, lo sientes plenamente. Esta es una técnica budista llamada Vipassana, un método extraordinario para la sanación y la purificación. A través de esta práctica, adoptas una posición de observador, percibiendo tu cuerpo como un todo y aceptando todo lo que sucede en él, sin apego ni rechazo, desde una perspectiva trascendental.
Tercera fase
En esta fase, se practica la observación simultánea. Debes percibir todo tu cuerpo con sus sensaciones corporales mientras, al mismo tiempo, prestas atención a tu respiración. Luego, amplía tu atención a tus pensamientos: ¿qué pensamientos surgen?, ¿cómo se relacionan entre sí?, ¿qué redes de ideas se entrelazan? Obsérvalos de la misma manera en que observaste tu respiración y tu cuerpo: sin juicios ni análisis, aceptando lo que aparece en tu mente, pero colocándote como un testigo imparcial.
Cuando domines esta técnica simultánea, enfoca tu atención en las emociones. Observa los cambios emocionales que surgen, los matices y cualidades de cada emoción. Percíbelas con la misma actitud con la que observaste tu respiración, tu cuerpo y tus pensamientos. Una vez que logres esta observación de las emociones, amplía tu atención para incluir la respiración, el cuerpo, los pensamientos y las emociones al mismo tiempo.
Después, comienza a observar tus imágenes internas con la misma actitud: sin juicios ni análisis. Luego, expande tu percepción hacia los sonidos del entorno, integrándolos en la observación. Finalmente, dirige tu atención al mundo visual.
Cuando logras una observación simultánea de todos estos elementos —respiración, cuerpo, pensamientos, emociones, imágenes internas, sonidos y visión— ocurre algo extraordinario: cruzas un umbral y te conectas contigo mismo de una manera profunda. Pero, ¿Quién es ese "tú mismo" con el que te conectas? No puede describirse con palabras, porque en ese estado, todas las concepciones previas sobre ti desaparecen. Sin embargo, lo que descubres es algo más cercano a tu verdadera esencia de lo que jamás habías experimentado. En ese instante, comprendes que ese "tú mismo" es inseparable de la totalidad.
Jacobo Grinberg (Ser o no ser - El sol de media noche TVE)
Puedo recordar que cuando comencé esta práctica tenía 21 años, en aquel entonces no podía describir las sensaciones de mi cuerpo y tampoco las de mi mente, tan solo reconocía que había un antes y un después. Donde el antes era caótico y el después plenitud. Llego a recordar la sensación tan extraña de "flotar", de no querer "despertar". Para lograr esa sensación detenía el tiempo, me colocaba en la famosa postura Sukhasana y podía sentía cada fase de la práctica. En ocasiones, perdía el hilo, pero rápidamente imaginaba un lugar de plenitud para poder retomar la experiencia. Imaginaba un prado verde, muy verde, con hierbas altas, yo corría a través de el con un vestido blanco y el pelo largo, donde el sol brillaba en mis mechones dorados.
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